miércoles, 1 de octubre de 2025

voz de ti o la cara oculta de la gravedad

«El cocodrilo astronauta soy en órbita lunar»
Bunbury

Has desgarrado el techo al paladar de un recinto ferial reordenando el campanario de los daños que ya fueron, tu voz redoble desaforado ignorando un ceda el paso a todos los instantes detenidos. Y Dalí añadiendo una letra a su Ivànovna sólo por nombrar el Amor, círculo cuadrado en letras impares, sílabas pares, Munay, has cantado y saltado todo sonrisa como recién brotada del cuerpo cavernoso de una seta, dientes adoctrinados en el alambre funambulando los bordes de una balada al bies de un escenario. En tus pupilas han vibrado mi exceso de noches sin sueño y el nervio del afeitado cuando tajo de sal revela linotipia hindú al parpadeo. Bindi en mi testa sin corona de cabello el mordisco termonuclear de tu iris cuando tan cerca que sólo universo. Y después preguntarme si esa canción es de sus preferidas. La curiosidad mató al gato, pero Angiebook está a salvo. Adivinas lo que nunca te dije. O me miento, pero adivinas porque divinamente me examinas sin que yo llegue siquiera a advertirlo, hijo. Es muy Bowie, me dices, y yo me pregunto si te refieres a él o a quién y cómo es posible que lo comprendas y, a la par, abraces mi desmembrarme cuando intento yo comprender ello y hoy o aquí y ayer o esto y antaño y piel o mañana o qué. Lady Blue aullamos asomados al huracán sólo para comprender que nada se fue porque nunca lo soltamos mientras una estrella guiña el ojo que no le tajó Buñuel y tú me dices que es como el que le dañaron, de niño, a David. La voz a ti debida, susurraba el poeta. O es la piel, que me enloquece, decía otro que me acabo de inventar. O es que la piel es de quien la eriza, inventaron que decía otro más. La piel, como la voz, tan de espina y envés, tan de sutura y su revés. Y mientras, la voz que nos debemos sin obligación ninguna más allá de la que nos dicte la sangre cuando sea tropel de palabras que podríamos considerar poesía. La voz que te debo es liviana como la piel. Igual de profunda. Todo es liviandad a pesar de su peso y los astros orbitan alrededor de un arpegio que se quiebra en tu voz niña. Todo es quietud tersamente sostenida por las nubes tiburón que, cuando dentición seccionada por el espacio acordonado del recreo, obligan a cuestionarnos si contemplamos atmósfera o cielo. Eran azules los ojos de Bowie, ¿verdad, papá? Sí, claro, azul claro, o tal vez oscuro. Entonces no es blue. No, el blues es azul y porta perfil de melancolía, pero conjuga con el verde los verbos de la mar para enfurecer al cielo que, cual dios airado e impotente sólo alcanza a extirparles el añil que anida tu paladar azul y rosa  como aquellos pigmentos que transitase Picasso y nunca supo acertar Dalí en sus lienzos. Todo es color cuando te contemplo asalvajado. Y pienso en aquellos dos demiurgos y me pregunto tantas cosas. Cosas. Es hermoso recurrir a la nada del lenguaje cuando no sabe nombrar y sólo dice: cosas. Mirar cosas. Quemar cosas. Todo aquello que carece de cuerpo se convierte en cosa, pero aquí hay cuerpo, vértebra y arteria, entre nosotros nudo que no se desatará en ninguna caverna. Nudo que no fosa. ¿Éramos dos, uno, tres? El bardo se desgañitaba. Santísima Trinidad de la garganta que se viene desde adentro. Beat-itud mientras actitud la tuya cuando peluche entre las sábanas que, de nuevo, olvidé pertrechar contra el augurio del invierno. Que ya refresca por la noche, papá, y más cuando amanezca. Lo sé. Lo sé, pero comprende tú también que aún sabemos domesticar la temperatura y detener la gravedad. Así es ahora como lo ha sido, ya fue, en este karaoke emocional que nos acabamos de regalar parasiempre.

Gala/Dalí revisitada/os por Munay


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te escucho...