domingo, 10 de noviembre de 2024

lo que le ocurre al corazón

In the prision of the gifted I was friendly with my guards
So I never had to witness what happens to the heart
Leonard Cohen

2014 boqueando y ya definitivamente huido de un país al que hui para desconocerme un poco más, perderme en chicherías, riesgo, arena, lodo y sonrisas niña en malabar de espuma como mar jugando peces contra sus esquinas y ya 2024, cuando los bares deciden echar el cierre, increpados por los camareros salimos despacio, sin haber pagado, cargando una maleta de sonrisas como futuros que nos reptan la médula espinal. Y otra verde, esquiva y translúcida cuando vacía de palabras. Ya disponemos esta enciclopedia de ansia que nos regalamos al ritmo al que desperdiciamos caricias carentes del silencio que requiere simplemente contemplar, ese en que una vida entera podría anidar. Caricias minusválidas y miradas insertas en la base occipital de nuestro desvelado soñar. 

Para qué palabras si ya nos regalamos casi todas… casi todas, porque aún nos restan párrafos que descorchar, ganas de expresarnos y mordiscos que albergamos en la rueda de reconocimiento en que, recluido, un universo escabulle su sopor tras un fade out perpetrado por Neil Young

Y bajo el silencio, cual ofidios, los pasillos del cielo venidero. Abandoné Cochabamba en vuelo y siempre el desvelo, ya dejé escrito que odio los aeropuertos, su mnemotécnica inviable de filigranas que se sueñan continentes en las pupilas bovinas de viajeros prestos al chascar dedos con que el negrero les regala tiempo para soñarse viajando, recorriendo mundo, expandiendo el conocimiento. 

Uno de los objetos de ensueño de
Man Ray

Y aún de viaje desde que en 2014, tinta rugiéndome las venas, me decía cuántas historias que contar, tanto por escribir y hoy, 2024, nada que sea importante dejé escrito a pesar de haber escrito todo ya. Sólo repito la misma historia, la vieja historia dirán quienes no me lean o no tengan historia que contar. El tiempo no descansa. Como el óxido atrapa todo lo que de valor pueda habitar el interior incauto de un conglomerado de poleas y engranajes que urgen émbolos porque se saben fugaces, mortales. El tiempo, infartando conductos que nunca imaginaste pudieran ser violentados con un furor tan asquerosamente macho. El tiempo, ronroneando verdades que no deseas enfrentar pero arañan mientras juegas a ignorarlas, enquista en tus pasos esquirlas de fragilidad. Piel de reptil, osamenta exógena de cristal. ¿Cómo no seccionarte la tráquea con los bordes de un calendario? 
...

Sé que tomarías otra cerveza calma y yo, egoísta, sólo ansío contemplarte enhebrada al sueño mientras la espuma sin horizonte mastica el miedo a enfrentarlo yerto en su orgasmo de constelaciones, inmóvil salvo en el desgaste de tu aliento y en tus músculos más incautos, esos que fotografío para una posteridad que no llegará. Sí, claro que quiero, deseo, necesito beber contigo despacio pero más beberte suave hasta la embriaguez de ese sueño en que sólo se escuche el latir á la Rimbaud de un único corazón. Pero turbinas me anidan y émbolos (máquina soy) fuerzan mecanismos y máquina es producción y cosecha pero sobre todo siega, por mucho que sea incalculablemente minuciosa cuando he de yacer contigo, sangre obliga, nacer dentro de ti para sajar la madrugada y prometerle que nunca llegarán las horas bajas. 

Y es que es preciso descansar o, en su defecto, eso que llaman dormir. 

Dispara te digo, mientras tus labios entreabiertos hacen acopio de noche y la luna se llena de ti para envidia de astrólogos y pavor de vecinas que buscan por los rincones arañas a las que contemplar en su teje que teje el día de mañana. El tiempo pasa. El tiempo y la luna tricotan delicados redobles de nieve sobre una piel de tambor aborigen cuando tu vientre ignora a quién le nace la respiración. 

Dispara te digo, y yerras el tiro porque ya lo equivoqué yo, y sangro y duele y no hay antídoto que me consuele porque el cuerpo es tacto infectado y es tiempo y sonrisa que, contra el espejo, espanta de oscuridad cada una de sus grietas. Pero más aterra contemplarte desde tan abajo y, tan lejos, recordar 2014 y quererte reptar más allá de 2024. Muslos, relojes y cielos. Fuego cruzado. Miembros de cristal. Sonrisas de payaso, ya no el triste ni el rival. Diez dedos para contar diez años o jugar a restar. Locomoción, el camino por delante y un conejo al que el reloj siempre advierte que está llegando tarde a su caverna de inventar sueños que bien podrían ser pero se crucifican, a lo Poe, en pesadillas que mienten ¡jamás!

miércoles, 23 de octubre de 2024

esquejes de plasma

hasta dónde tus cartílagos hasta dónde tú y tu duende y los campos de exterminio y la pólvora y los caninos escarbando rótulas y los cultivos de amapola y el knock out de la adormidera y la piel cuando enredadera y la saliva cuando muesca y los cumpleaños marcados en la empuñadura de un sudario pistón cargado de rifle bajo sombrero atrapamoscas o sendero esquivando horcas sin cuerpo como cavernas sin piel y cicatrices sin sal que aliñe el despertar a otro día que aún fue ayer por discreto inmenso inacabable en la lazada verdiañil de tus alveolos pulmonares cuando la noche y la calma y el latir acompasado crujen suave costillas que nunca sin ti se argamasan y jamás a este ritmo prófugo y sabio al no encadenarse nunca más siquiera a un mañana

Fresco de José Clemente Orozco en el Museo Cabañas (Guadalajara, México), cortesía de Joseph Gazzano



jueves, 17 de octubre de 2024

practicando el barro

Algo roto y las fascinantes dactilografías de la saliva ajena. Dicción que sana esas verbenas en que, vertiginosos, se afilan nuestros ligamentos cuando la hendidura todo lo revienta. Ya tengo el jarrón completo, recuperadas todas sus piezas. Sí, contiene cicatrices. Incluso el barro se duele, no miento. Pero ya tengo el jarrón completo. Muchos japoneses aún practican el kintsugi sabiendo que un desgarro puede alumbrar una obra de arte. Busco. Busco en mi árbol genealógico y ni en lo más recóndito encuentro raigón oriental que me incite a tanta inmovilidad. Pero estoy erigiendo, despacio, en mi derrumbe un ánfora prieta de primaveras que, aun mordiendo otoño sus bridas, se acabarán comprendiendo hiedra. Más que un jardín de pusilánimes brotes, un jolgorio de trópico deletreado en el galope que el tiempo decide ejercernos sobre el pecho cuando sólo es escueta memoria de lo inmenso. En las orillas la piel, envejeciendo con redundancia de oleaje masacrado por tu crin. Y para cada nueva rotura una nueva arteria de polvo de oro a lo Klimt. El barro es dúctil cuando no se desea simple molécula. Podrás hacer con su voluble rompecabezas lo que más te lata, pero ya luz muerde las grietas a esa cerámica caverna en que te recluyeron el deseo. La adhesión es la respuesta, o algo así, me labró en las sienes a fuerza de insistencia alguien a quien aún quiero. Y sé que no se equivocaba. También que porque sueño no lo estoy, y aunque lo estuviese no pienso desaparecerme en la demora y seguiré adelante cual montura solidaria de aquel zagal que con embestidas hembra supo violentar el Poema. Con o sin luz, el barro palpita en sus grietas.


Hey baby, there's something in your eyes
Trying to say to me
That I'm gonna be alright if I believe in you
It's all I want to do
Tom Petty

lunes, 16 de septiembre de 2024

inmediatez del verbo recreado

dijiste que no alcanzaba a comprender o no escuchaba, tal vez no quisiese hacerlo, que nadie desea escuchar ciertos toques de campana, 

que el mañana era una alfombra de pétalos eviscerados y la premonición de un desgarro en el muslo, que la felicidad breve como pecho no ejercitado y que las copas de vino saben a mezcal porque la realidad siempre es mexicana, que la escapada nueva ola y su espuma mastica peces como fritura turística aliñada por las noches que no se duermen en calma, que las metas elipsis de futuro y sólo importa estar siempre en el camino buscándose los pies para masticarlos con dientes de gitano húngaro huérfano de violín y metal bien timbrado, que los ríos dan a algún puerto cuando los mástiles danzan marea calma al albur de la carne tensa y tan afilada y escueta como caníbal entre las esquirlas de barriles de ron o vientre de vidrio desangrado por la media tarde, que el baile está esperando su propia defunción para verte dervichear (eso no lo dijiste, yo lo confirmo) entre velas inciensos candiles y pupilas ya perdido el color que nunca tuvieron tal que escabechadas junto a una voz que ansía desgajar arterias al vientre de un furgón policial de atraco inverso, 

que la duda enrosca su piel ofidia al tobillo roto de la madrugada, dijiste murmullo cuando la noche era un ciempiés y todo lo oscuro tronaba





domingo, 1 de septiembre de 2024

trote cúrcuma y canela

a Sendoa BilbaoVíctor García Álvarez

Seguimos en la cocina, como ayer, disponiendo en cirugía inversa los alimentos. También música lo es. Se puede masticar toda vez que esté cocinada para embridar. Cabellos, decía anoche. Caballos cabalgamos hoy por más que les añoremos el lomo y su envés. Ambos se dejan recorrer mientras galopan humedales asiáticos y monzones caribes. Ambos contemplan las dunas del Sahara desde su mirada girostática como fermentada en el altiplano. Allá donde el oxígeno escasea porque se lo robaron unas pupilas para hacer con él figuritas de barro. Como el caudal de las esperanzas entre la dactilografía alfarera de una pitonisa que cruza los dedos antes de hundirlos en lo más profundo del sueño anhelando ver cómo sangra. Fugaz sabiduría del futuro añorado, no por futuro, sino por certero y exacto, aunque sólo durase un instante. Hacerlo suyo, pretende. Provocarme la punción del teclado aun sabiendo que mi carne ya se duele de herradura con el envés tatuado. 

Caballos cabalgamos y cabellos mezclamos con cúrcuma y canela que los anestesie de daño. Hemos preparado, con delicadeza y brutalidad, el banquete del que no quedará resto si lo decidimos devorar.

Desde lejos, venciendo mareas, perforando firmamentos, metálicas aves de paso que no desean pasar de largo ante nuestro ágape de fiebre, seda y puñal. Caballos que se sueñan calmos en la hora de abrevar los pastos de un futuro que, no por incierto, deja de sentirse real. Hoy es ayer y necesito repetirlo hasta la insaciable saciedad. En esto creo. Esta es mi realidad.



sábado, 31 de agosto de 2024

carnage

Las temperaturas otorgan tregua a los silentes escribas del sudor que, de tanto en tanto, temen desfallecer. No es climatología lo que les derrumba. El sudor es aprendizaje de largo aliento, locomoción que se fragua en playlist etérea y paréntesis de silencio.

En la cocina, disponemos los cuchillos, las tijeras, los dientes sin mordida del tenedor y todos aquellos libros que dejamos abandonados a las lecturas del horno. Los porteadores del cafetal amanecerán, mañana, aún con legañas cuando les despintes de rímel las pestañas preguntándote si ya llegó a ebullición. Y no te das cuenta de que todo bulle y apabulle y que la piel es despensa de aquello que decidimos dejar olvidado en el vientre de esa urbe deconstruida que llamamos memoria. 

Disponer sobre la encimera los aparejos, como en día de pesca, y deleitarte una vez alcanzado el punto de ebullición. Momento de morder y dar a morder el anzuelo mientras contemplas todo una jungla de festividades abrazadas en la carne que, antes de ser masticada, desmenuza la tuya en degollinas de fiesta.

Celebración de la carne cruda ya caduco el carnaval. Espasmos del vientre de corza y mordidas benévolas en las pestañas del pez que aún se sabe vivo de nataciones y fosas. Golpe en la cerviz que contradice la tradición funesta en que desperdigan preces los conejos. Sus ojos enloquecidos en locomociones del viejo oeste, película de la tarde, patio de luces desde el que flechas te rizan las sienes mientras los indios pierden una nueva batalla. Pedazos de carne cruda y un cuchillo ambidiestro regalando muescas a ese momento en que habitamos lo eterno, tras morder toda la luz que pierde sentido cuando proyectada sobre una masacre de pupilas desorbitadas, émbolos espirituales y fogata de cabellos.

Como los antiguos druidas, entre las vísceras buscamos la respuesta.




domingo, 25 de agosto de 2024

Sofronia, un cut-up

estambres de ceguera, tu mirada espuela y mi cabalgar desbocado en enjambres de abejas armadas de garras todo miel para el sur de tus costuras cuando germina batallas o trigales arrasados por los noticiarios del napalm 

como bayonetas tus ojos haciendo del hasta luego futuro en retirada

después consejo de guerra, agachar la cerviz y esparcir el verdugo mareas de calma chicha ante los sembradíos glotones de tus pupilas como bastiones de la fe viral en que relincho abriendo puertas a esa Edad Media que solloza todas las calles en las que aún no nos hemos perdido

qué son esas luces, preguntas

los astros que contabilizo cuando ya no hay mascarada bovina evadiendo la memoria de tu pecho ni la nariz de tu espalda plena de espliego y tullida de lavanda

Sofronia como urbe paciente esperando el plegarse definitivo de los mapas

insomne ciudad de latidos negros en que pesadillas flamencas palmean ecos cuando sin amanecer lo que la completa regalando realidad a sus calles y acequias que no, el circo instalado en la plaza que ayer, los volatineros del cielo nunca, las burras de carga del futuro inconsciente, el humo imberbe de los taxis sin cliente, los brindis al sol del perfil Edison y, siempre, sus muslos como nervios masticados a la luz de ninguna lumbre




miércoles, 10 de julio de 2024

ecuación de polvo y barro

Arrastramos los sueños como niños descalzos los pulgares en busca de rastros de hambre. Los situamos a uno y otro lado del espejo para que enfrenten su acné y su carencia de sueño mientras soñamos dormir sin reloj ni daño. Pero brota un sarpullido erizado de disonancia, un acorde menor con delirios de grandeza y un vergel de detritus masticado por palomas asmáticas que se quieren pavo real de los que antaño merodeaban parques, líricas de savia deliciosa y pluma sabia. 

Dejamos rodar los sueños sobre la arena de una playa huérfana de bañistas y de aquello que estos hacen con el baño. Somos el filo, la cobardía y la arista en que se enardece el horizonte truncado. La partida perdida entre meteorologías de baraja trucada, al amanecer, por cartografías de orín, herrumbre, veleidad, instante, mordedura, eternidad y fracaso. 

Decididamente, secciono mis dedos jugando a imaginar pactos de sangre de jardín de infancia. 

Decididamente, secciono mis dedos para que se sueñen salmones prestos a desovar certezas funámbulas en lo más profundo de ese alambre que recorre los días como seguridad y guarida.

Decididamente, secciono mis dedos para que puedan, libérrimos, teclear incendios contra el cielo de cada noche en que la luna riela nubes tan hermosas que parecen inventadas.

Rimbaud boquea versos cercenados mientras abre como tijeras mis cauces coronarios. Dale agua al sediento, decían, amor cristiano. Prefiero regalar sangre en párrafos absurdos que me salven de lo cierto. Vergel de la cicatriz, traqueteo de la lengua deletreando cada renglón de saliva, y la certeza de saber que nos estrellamos contra esta vida para alimentarnos y comer, ser alimento y alimentar la danza coleóptera de la miel cuando es promesa de pan de mañana, garganta sana y plato sobre la mesa.

De Rimbaud, ya te hablo otro día, y de su corazón cuando ruede fortuna sin error numérico y nos lo merendemos juntos como en rebanada de pan correoso de la niñez que nos conformó deformes para que a pesar de Cronos la sigamos recordando. La memoria, al fin, ese puñado de dedos cercenados intentando apresar en rodajas minutos que danzan sobre el teclado.



jueves, 27 de junio de 2024

paladar de leche recién mugida

Envenenada mordedura del alcohol cuando sólo ansías otra dentadura. Qué fácil abandonarse a la derrota, sentarse a ver girar las herraduras saludando desde el balcón a la dúctil tropa de la melancolía y ensalivar de sal otra copa sin tequila, masticar otro vidrio como permitiendo el paso, de rondón, a escarchas de carmín que cristalizaron en todo el vino que ya no. 

La derrota es un páramo en que se parapetan los cuerpos de todos los ejecutados.

Ya ningún asesino puede engrandecer su arte con el cable de un teléfono.

Pero hay ondas, también radiales y, ambas, unidas, se ensartan violentadas en el postrer gemido que queda reverberando córneas cuando la noche nos convoca. Ondas radiales y ondinas desgarrando las fechorías que aún nos prometemos cometer. A ellas me agarro. En su engreída belleza me daño.

¡Ánimo, exploradores!

lunes, 17 de junio de 2024

ocaso es un reptil sin verbo

Quiero vivir con una chica canela con ella podría ser feliz el resto de mi vida, canta Neil Young y todo es suburbio en mi paladar, extrarradio de una cosecha en que la luna envidia piernas de matemática imposible, compás a lo Da Vinci, aritmética de lo eterno soñado por escolapios y otros feligreses del encierro que, recluidos, empitonaban su mundano deseo de fiesta de pueblo. Rezaban al murmullo azul de las ciudades que rehuyeron. Y a nosotros todas las ciudades se nos antojan universo que languidece pequeño, sí, pequeño que también puede ser un nombre, un hombre, pero pequeño para regalarle el eco de una carcajada que no hiere a nadie pero amortaja la farsa en que otros sueñan realidad mientras yo la pronuncio infierno. Que siempre son los otros, lo dijo alguien infinitamente más sabio que uno mismo. Que la vida no es bella ni noble ni sagrada, Federico y, de serlo, sólo en las catedrales a las que salvaron tus pupilas del incendio en que habrían estallado los cristales de sus vidrieras de haber decidido verlas desde dentro. Cristales como esos que sostenemos entre los dientes para eviscerar el dormir que no importa porque ya perdió el reloj cuando Alicia desorientó al conejo, olvidando su chistera y su chaleco. Que la vida no es bella, Federico, y el tiempo corre que te corre te corretea mientras otros que no saben de alas aseguran que vuela. Luna de cosecha, te canta Neil entre los muslos mientras otro sol de ayer incendia las esquinas en que los edificios se hacen perfil de colmena y yo sólo deseo vivir con una chica canela. Perversiones de la música popular. Cuchilladas del poema. Alfileres rescatados del vertedero de páginas en que naufrago olvidando el tocón de madera hinchada como cuerpo a la deriva porque una sirena me canta y es más válida su voz que la de las mil vírgenes lascivas ante las que se harían cruces los y las abanderadas de los tiempos modernos. Decapito entre mis dedos otro sueño en que todo es charco sin sentido, y cruje un chapoteo mientras sueño y recuerdo que no lo estoy, porque sueño.


domingo, 2 de junio de 2024

curándose con sal

a Nacho García
que aún se atreve a presentarse como el último hombre sobre la tierra

Paseo, desnortado, mediodías norteños. Acunado por la melodía industrial de una ría que se carcajea de mis pasos, contemplo una estación de tren de cercanías. Y una estación de autobuses en cuyos urinarios regurgitan lascivia bocas que se sueñan soñadas por Duchamp. Aún acribillado por las miradas de quien nada mira más allá de su propia ilusión de mañana, por más que carezca de latido y sonría, aplaudiendo, al lanzador de cuchillos de este circo que llamamos vida. Algo sangra en mí. Pero sangra hacia dentro, y la brisa me regala apósitos de sal.

Un filo de sonrisa a medio hornear me saja la soledad y me conduce por vías que ya no regresarán, mientras patas de centollo juegan al te quiere no te quiere quién te quiere devorar. Asfalto roto por las raíces con que el sol regala herrumbre a los vigías del futuro que ya es hoy y a la sinrazón de la meteorología. Una cantata ebria de voces que se llaman a otro trago mientras miedos de fin de mes les llaman al tajo. Orfeón de botellas al medio día, marcando el compás de las horas perdidas mientras yo las gano y al desorden, en un brindis, amigo, le ganamos la partida.

Después, en el tren, saco fuerzas, me armo y me afilo, soy consciente, se aproxima el frío. Los vagones como corredor de hospital y yo deseando que sus lumbares sientan el calor de mi vientre incendiado. Que no despierten eco a las baldosas sus pasos de madrugada. Que la lágrima, cuando fea, permanezca funámbula en la turbia belleza del párpado. Que la sonrisa amanezca como niebla tramontana, pesarosa pero presta a agasajar las calles con el ritmo imperceptible de un innumerable caminar. Que siga siendo sueño, caricia y hogar. 

En el vagón bar las cervezas inventan espumas al ritmo trepidante de montañas que quedan atrás. Y el primer trago, siempre, como dedicatoria en la primera página de un libro que dista de ser el mejor pero es el que has decidido leer. Dan ganas de pedirle otra a ese barman que ejerce de oficial. Y otra nueva, y otra más. 

Afuera las ciudades, corriendo en sentido inverso, como corceles que nunca aprendieron a navegar. Los caballos locos, de la espuma, sólo entienden la mar cuando es tinta que sabe sangrar. Nosotros, del día a día, sólo rescatamos el abrazo, el pulso, la fiebre y también, sí, claro, la adicción que otros llaman enfermedad.



martes, 14 de mayo de 2024

palabra la roja

Si te dejo pasar
todo acabará mal,
te llevarás
las cosas más bellas
Sergio Algora

Te abrí la puerta y todo fue celebración de mordisco y selva. Poesía, tú, bienvenida, con las pupilas desgañitándome el páncreas. Y en el dorso de las manos el jazmín de tus muslos, tu latido de labio seccionado. Un papel es una cuchilla. Una vela sin cumpleaños. Un estigma oculto bajo los párpados. La espuma de los días o esa en que pierde dactilografías el barbero. Sweeney Todd y el amor que no se afila en el crecer barba como escarcha crecen los días. El ojo de la vaca que pierde la luna antes de ser degollada.

Te abrí la puerta y huyeron todos los invitados a los que nunca dejé entrar. Te tumbé en un sofá tirando a granate con la única intención de tirar sobre ti mi pellejo, despistar para mejor devorarte. Sabía que no sangrarías. De ahí la disposición arterial del escenario, puro Hannibal Lecter. Pero te mordí y condecoré de incisivos un sueño de curare, flechas fugaces entre la selva esmeralda. Tu vientre me escupió tinta en los labios. Sabor a mar mientras los calamares, en su pecera, intentaban recordar el primer trazo, cuando aún ni verso.

Te abrí la puerta. Planeta microbio recomponiéndome universos dactilares, y la casa no casaba con nada que no oliese a lupanar. Palabras, deshechas en trémolo azul por un bardo canadiense. Malditos párrafos sin ciencia. Desbarajustes de alabastro en los domingos clausurados a la conciencia popular de otro fin de semana destinado a eyacular los retazos del hogar que violentaste un jueves que ignoraba su futuro de viernes y poema niño. Y qué más da el día si todo, hoy, es tinta.

Otra página. Los dedos ensalivados y el mugido sepia de tu vientre tiznándome los párpados. Vlad Tepes de tu melodía flamenca mientras hileras de hormigas cepillan menta entre las encías al filo de una tonada de extrarradio que, tarde o temprano, reventará el asfalto o tarareará ajorcas en el delirio más acolchado. Ay, tarara loca, ay de mis dedos soñándose cirujanos.

Asomé panoramas, córneas y barajas, a la fosa abisal de tu garganta mientras pasaba páginas intentando deflagrar, con las yemas de los dedos, este sanatorio en que trocaste todo lo que hasta entonces no se supo hogar. Al fondo la Alhambra, roja de incendio, o un caballito en el crepúsculo trotando heridas hacia la mar.

Te abrí la puerta y decidiste quedarte a vivir. Ay, tus versos, haciendo de mis muñecas crímenes gemelos, pespunteando contra el teclado la sinrazón de tu carne cuando sólo era verbo. Ay, maldito temblor, fantasía del ansia, perfil de fusilamiento al atardecer. Por maricón, y por rojo mientras la iguana inquietaba las esquinas en que herrumbran orín los perros que ignoran las alcantarillas. 

Todo fluye. Pero siempre y sólo hacia dentro. Ahí me esperas. En lo hondo de la pesadilla o en la piel del sueño. Enroscada a los capiteles corintios de la noche más espesa, maldita luz, maldito verbo. Mientras tanto, te escribo y persigo sabiendo que nunca te daré alcance, poesía.

lunes, 29 de abril de 2024

nouvelle vague

Como personajes de la nouvelle vague nos asomamos a un oleaje imperativo mientras Godard salta al vacío gritando que al final de la escapada no encontraremos nada. De ahí que sea obligación morder la vida, cada día. Habitarla para evadir el horror, en un continuo driblar eso que los circundantes llaman realidad. Lo que entre los dientes sangra, no escapa.
Truffaut ya advirtió que frente a la mar los dedos se hacen pupilas a las que nadie desearía atrapar. Allá los de la pesca de arrastre, perdidos en frondosidad de algas amputadas, pescaderías sin mañana y martirios de coral. 
Antoine Doinel de nosotros mismos volteamos la mirada para encontrarnos con la verdadera mar, cámara o pupila en mano pretendiendo inquietar la arena y sabiendo que no va a claudicar en su ronroneo de trazos exactos que darán en instantánea turística, mañana, para los súbditos de Instagram.
Travelling. Fuga. Mordisco en el bíceps. Vuelo. Velo, Aleteo y tus Branquias diseccionando intervalos, florilegiando espumas como migas de certezas o migajas de ostia recién consagrada al perdón de los pecados que jamás cometimos. Esa plenitud que me cercena la tráquea. Y también, o más, tú y tu deslizarte como esquiador de año nuevo entre faquires erróneos que te llaman a su cruz de escarcha cuando el tiempo detiene su danza. Mis manos libres de clavos, tal vez agujereadas de tanto inquietarse las sienes ante el espejo azul de la mañana cuando grita derrotas sin sangre por la lejanía en que abrevan sonrisas como horizontes de plasma. Amanecer. Atardecer. Qué más da. 
Y no sentirme obligación. Pero respirar asfixiando palabras en el masticar versos anticipo del féretro en que no amanecen fiestas ni oleaje cada mañana. 


Rohmer, cual Zeus rabioso, registra el rayo verde de una mirada que aniquila noches americanas puro baile a la sombra de crustáceos que sueñan desvestirse tules previos a la cena de gala, desanudarse cada uno de los estigmas que Mater Marea les infligió en las patas. La siguiente ronda está pagada.
Y un rondar de cultura ambulante y un atardecer de empedrados y una luna que se desorienta en danza de velos sin Salomé. Oscar Wilde y la guarida del espía de uno mismo y lo sagrado y lo roto y un aleluya escarbado en la tráquea con punzón de arena y sombra chinesca contra la pared en que incubó raíz de sangre Pierrot el loco.
Todo es vandalismo en los subterráneos de esta vida que nos labramos con besos de saliva exacta soñándonos Caravaggio. Todo es afonía entre las nubes que disfrazan de otoño el callejero de las tropelías que languidecieron peces sin natación, vislumbres indómitos del anzuelo.
Travelling. Fuga. Velo y también velcro allí donde se afila un bajo vientre para que otro, en sus profundidades de Nemo doliente, le regale túneles en que alumbrarán milagros los enanos de los cuentos, bien que no sean siete. Y siete cientos de ciempiés marinos adheridos a los músculos del cuello. También a los lumbares. Peso infinito en las dorsales que no nos marcaron con numeración alguna antes de lanzarnos a la mar por ver si la alcanzamos. Aún así, gana la tinta de tattoo tribal cuando la cabila de la repetición de los días danza alrededor dispuesta a devorarte comenzando por la tajada mejor. Tal vez los pies. Para que no dancen. 
Los dedos duelen. Será el teclado. Y no es francés, pero suena como Jeff Buckley al sonreír Je n'en connais pas la fin mientras sube el café que se sabe vertido exacto y bien aprendido, aprehendido en el papel calco de mi recuerdo de ti antes de que todo torne nero. Como el sueño en que se desangra un calamar. Como la avaricia de minutos del enfermo. Como Nappoli cuando comienza a temblar porque la cantas tú en un recuerdo con máscara de avant vue. Y de la envidia ni noticia, dije, pero resulta que sí.
Los dedos duelen. Será el teclado francés que esta noche, bajo las uñas, tortura china, me han injertado. O tal vez sólo sea una película. Sí, una de esas en que desearías quedarte a vivir. Tus pupilas, tan dilatadas. Pero una película. Otra película francesa, de las de antaño, al fin.

domingo, 31 de marzo de 2024

inventario de desaciertos

Soy el trazo marcado a navaja contra la corteza de un árbol. Tiene forma de corazón. Desbarata el amor que se sueña intacto.

He abierto senderos y me he perdido en caminos que no se hacen al andar. Tal vez al llorarlos como a la última posibilidad de una vida que merezca todos los tropiezos comprendidos al despertar.

Hay una chichería en Cochabamba que atesora mi bilis de horas de más, minutos sin ti, entre sus baldosas. Y un trasiego de dudas esparcidas como cayena molida sobre antiguos mapas asiáticos.

Soy el sin rumbo, ahora que nadie quiere marcarlo. Y abro la navaja. Y busco otro árbol. Uno que no muera. No me basta saber que me sobrevivirá al menos cien años.

Mucho sur, demasiado este, algún oeste sin vaqueros pero henchido de bisontes bifrontes, y este norte que hoy vislumbro peinando cantábricos como tus dedos espumas, ayer, al Atlántico. Los míos se enredan, todavía, en estúpida cartomancia que acaricia el filo de esta navaja. Que no te escandalice la sangre. Los hematomas, como los sueños, nacen hacia dentro. Los sueños, como los peces, mueren hacia arriba, buscando la superficie: como una escala, una Venus de hielo en primavera o la trayectoria errónea de una bala.

Hay una cebichería en Arequipa que mantiene intactos, contra sus manteles de cuadros mal recortados, mis ansias de pescado crudo. Y un mercado de sal en Jeju que jóvenes desconocidos, con toda la vida por delante, recorren afilando pupilas que no encuentran entre sus corredores la cartografía errónea de mis pasos.

Están el altiplano y el Sahara. Como remiendos de ejecutados contra la contrariedad enladrillada de mis zapatos. Un té al anochecer, entre Sabra y Chatila. Un trago largo en Salvador de Bahía. Y entre mis dedos infantes esta navaja, como jauría de mordiscos que sólo hacen presa en bosques que atesoran silbidos de viento sin norte. En ocasiones me siento árbol de corteza escueta esperando el traspiés de otra navaja. Una que haya recorrido Vallecas en busca de reyerta.

En la Cantinha da Aida disimulan que me añoran cuando sólo esperan de regreso la telequinética magia con que tus labios despertaban pirotecnias a la espuma del primer trago de cerveza. Y tengo mucha sed, pero soy mis errores, que ahora caminan con las manos para contemplar el mundo más bello incluso que cuando soñado. Del revés sólo del revés se puede contemplar la realidad. Pero así es imposible siquiera intentar propinarle un trago. Y tengo mucha sed.



viernes, 22 de marzo de 2024

mordiscos y verbos

Tengo una atmósfera propia en tu aliento
Vicente Huidobro

Vengo con la boca manchada de palabras que no dicen nada. Pero atragantan. 

Me golpea la mecánica de los asteroides. Y la aritmética del eclipse bajo el desfile atroz de tus pestañas. Dispuestas a batallar hasta darle jaque mate a la cara elefantiásica de la luna. 

Y yo con una bombilla entre los dientes. Pequeña como el sueño de una luciérnaga que se sueña labio. Y entre los dedos una premonición de abecedarios soñándose verso. Soñándose injerto que dilata tu tráquea como un infarto o un incendio. 

Vengo con la boca manchada de palabras que no dicen nada. Y ahora me dispongo a desentonar cuarenta y ocho versos que dejaron escritos un puñado de amigos muertos.


sábado, 16 de marzo de 2024

de corceles y distancias

Herraduras tiznadas de mordisco y cúrcuma. Silencios de sábana tan negra como huérfana. La rotura del derviche tatuada en el tobillo de todas las noches en que un aliento de digestiones certeras hizo nido a contrapelo. Un suburbano de maletas henchidas de papel balbuciente y un suburbio en que juega pelota y futuro por llegar la sonrisa de los duendes. El deambular voraz de una paloma extirpada al minuto 89 de un filme apocalíptico y el sigilo de puntillas pespunteando los pliegues de esta noche que no acaba. El incienso que no llega a ser porque se rasgó el olfato soñando la llegada del caminar exacto.

Soy el tormento multiplicado por diez, el jaguar en cuyo pelaje Borges intuyó al tigre de William Blake. Soy la aquiescencia del tiempo que desconoce las estatuas de sal. El que mira de frente para reventarse los dientes con cada limón extirpado a un cenagal de milagros delicadamente lubricados. Soy la sal en las pupilas que le sajaron las sirenas a la mar.

Cuando la sangre, entre tus colmillos, es carcajada la luna olvida mentir palabras y te las regala para que en ellas injertes mordiscos que nunca aprenderé a decir. 

Convergen en dioptría los fantasmas. Soy el aullido y la calma. Soy la debacle. Soy, y ser seré por siempre, el ensayo de este prólogo que congrega la explosión de tu carne tejiendo bandera pirata con mi plasma. 

© Ralph Eugene Meatyard, cortesía de la red


domingo, 7 de enero de 2024

Caravaggio secuestrado

Quise robar un Caravaggio, pero despertaba sospechas. No yo, el Caravaggio. Y ahora languidece su perfil ébano blues sobre una mesa de disección a la que demasiadas veces me he asomado intentando discernirme el futuro entre las vísceras. 

Me miras desde la pared y se duele una sombra. Todo es luz y tu pupila se sincera hablándome de sueños que te riegan por dentro y más allá te crecen. Intuición de enredadera. Coraza el milagro de tu cuerpo inmolado en la exacerbación del pecado. Frontera tu piel para todos los anhelos a los que ni siquiera permites acudir al frente. Todo queda acomodado en eterno cuando la pausa lacerante de la tregua, cuando enmudecidos los tambores de guerra sólo hay vencidos y un faquir impúber entrena indolencias en mi lengua.

Hoy hasta las nubes se apellidan domingo. Intuyen que en algún momento han de finalizar su danza huérfana de vuelos que tú no has dormido. Las nubes son doctas en desconciertos. Y comprendo que yo tenía una vida más allá del hampa a que no pertenezco. Que la sal viene de lejos y soy hipotenso. Que le sigue faltando un prólogo a mi latido y por eso tiemblo ensayando un fallo al descolgar el milagro.

¿Cómo sentir el sentirse pieza defectuosa de un engranaje erróneo? Émbolo del sintagma que no se desea verbo. Hacer, ser, florecer, desfallecer. Sentirse aleteo y saber que, aun así, volvería a poner en riesgo mis huesos por robar un lienzo.



lunes, 1 de enero de 2024

tiempo más tiempo menos

Nada se compara a esa leyenda de semillas que deja tu presencia
A esa voz que busca un astro muerto que volver a la vida
Vicente Huidobro

Resulta que en estos precisos instantes tañen apócrifas campanas y la ciudadanía ejerce, esta vez en mayoría, eso que llaman democracia entregada a brindis y pellejos de uva malgastada. Que se pasó 2023 y quedará para muchos como un tintero volcado sobre la página en blanco de los días soñando escribir en ellos un futuro que ya es pasado.

Se ha pasado el año, tan crujido tan aullando y tan lejano, tan oriente tal vez, pero siempre presente, tal cual como cuando escuchaba Ghosteen y caía y brillaba/vibraba/volaba transformando lo que soy al borde del fin del poema y donde lo hondo emerge. No caía solo. Sin red o tropel de dedos que te anuden al barranco no hay línea de flotación. Lo saben los marinos, las sirenas y los gatos.

Parpadea el fragor de los petardos, y los fuegos artificiales asustan a los animales, que no saben de celebraciones más allá de la que enjuaga y preña de saliva, cuando el alimento, sus fauces de breve jauría. Aún así es año nuevo y podemos ignorar su miedo tras el cortinaje falso de la algarabía. Como olvidamos el pavor de perros, gatos y el resto de bestias a las que creemos haber domesticado.

Avaricia del año nuevo y, con el trago postrer, los deseos: montemos una tienda de campaña en el salón, paredes de piel y alarido de sangre acuchillando el parqué mientras inventamos constelaciones y tricotamos nubes de THC.

Se ha pasado el año pero aún somos cuatro pies rubricando tildes diacríticas y gloriosas, el parto inverso de un animal mitológico seccionado en rosa, el rizo del viento que se busca a sí mismo y el cabello en galopada, la noche que no va a la oficina y el desayuno de la rana, los vagabundos del cristal de la ventana y el beso hecho hueso a morder por canes de fiebre bajo el dorso de las sábanas. 

Quedan atrás 365 días que revelamos y trocamos inmortales en el cuarto oscuro de nuestro abrazo. Somos la clarividencia de un duende escapado de todas las navidades sin regalo para barajar ritmitas de marea que expliquen qué hacer con el tiempo que aún nos queda, una suerte de Nostradamus despaciosos forjando todos los sueños hermosos, el latido en las encías y la locomoción ferroviaria de las costillas. Se pierden 365 días que nosotros hemos ganado. Porque somos los tigres de Blake afilándose las zarpas en el vientre del dragón: símbolo de este año nuevo que ya avanza.

Ahítas las botellas de cava que tantos llaman champán para mejor simular una vida en que todo, como para los millonarios, puede ser despilfarro, se hacen promesas y se lanzan los dados pensando en números y fechas.

Inauguramos 2024 y dos por dos son cuatro, y dos por cuatro: ocho y las cifras son miradas que se saben raíz en los designios de la cábala. Así que ningún deseo más allá de que sigan fluyendo los acontecimientos mientras acontece la alquimia de los astros como telequinesis que desordena las distancias. Seguiremos inventándole al calendario Días tranquilos en Clichy para tatuarnos en la tráquea sílabas diccionadas con certeza de mantra tibetano.

La ciudadanía brinda y sumerge deseos dorados en copas aflautadas olvidando que superstición y religión son términos contrarios. Por eso yo, ciudadano al fin y al cabo, ateo vengo a rezarte sonrisa clamor, mente universo, divinidad matarife, luz inaudita que le florece poemas al verso. 

Ha sido milagro este año, y más lo será el siguiente, poder ver la vida de este lado.